29 de junio de 2008

La rebelión de los carritos.

Ayer comenzó el principio del fin. Lo que todos los humanos sabíamos que llegaría en algún momento y rezábamos porque no ocurriese en nuestra presencia... se hizo realidad. Y es que, delante de mis propios ojos, los carritos del supermercado comenzaron a apoderarse del mundo. Lo descubrí en el parking de un centro comercial al que acudo con bastante regularidad y en el que, en contra de lo habitual, había carritos por todas partes. No estaban en fila como siempre (atados con cadenas como si fuesen esclavos), sino ocupando plazas de aparcamiento, impidiendo la entrada a determinados carriles y alguno que otro desperdigado, como si fuese el vigía de la zona.
Y tuve miedo, mucho miedo porque, ¿qué pasaría si finalmente se revelasen contra nosotros? Razones no les faltan, desde luego. Están ahí, ansiosos porque alguno de nosotros lo adopte y le dé un hogar calentito y cariñoso... y nosotros sólo los utilizamos como mulas de carga, los abandonamos de nuevo a su cruel destino y, lo peor de todo, si están tullidos no los queremos; los apartamos cuando tienen el manillar roto, están demasiado mugrientos o se les tuerce alguna rueda hacia un lado... ¿pero por qué somos tan crueles?, ¿acaso pensamos que por ser de metal no tienen corazoncito?, ¿que por parecer cárceles con ruedas no tienen derecho a que se les quiera?, ¿que por ser un híbrido satánico entre cuna y cochecito de paseo no se merecen una vida digna?
Una vez escuché que ellos son el segundo vehículo de cuatro ruedas mas utilizado en el mundo... ¿qué vamos a hacer si desaparecen?, ¿por qué no somos capaces de apreciar su trabajo y su sacrificio? Porque nadie quiere pensar que el carrito al que están unidos por la cadena y que nosotros soltamos con un euro igual es su mamá, a la que no volverá a ver nunca más por nuestra culpa y que quizá por eso está triste, no va recto y se empotra contra las baldas...
Y es que los humanos no tenemos corazón.

19 de junio de 2008

¡¡¡¡Los encontré!!!

El los últimos años me he dedicado a recopilar las "series de nuestra infancia" y en las últimas Navidades di por terminado el trabajo... con una espinita clavada. A pesar de haber logrado unos 500 vídeos de series, dibujos animados, anuncios y programas míticos con los que crecimos los de mi generación (y alrededores) y, aún sabiendo que no estaban todas (mi memoria no da para más), siempre tuve la sensación de que , sin estos pequeños bichitos mi particular colección no estaba completa... y hoy, de manera absolutamente accidental... ¡¡los he localizado!!
Os presento a los "Nabucodonorcitos" (está en inglés, pero es que no consigo localizarlos en castellano), los diminutos habitantes de las macetas de Epi y Blas. Gracias a ellos las plantas de la casa de mi amama estaban llenas de casas hechas de "lego" y de "Pin&Pon"s.
¡¡Qué recuerdos!!

El tiempo de espera.

Desde que tengo este blog he descubierto que me molestan muchas más cosas de las que pensaba porque muchas de las entradas comienzan con un "hay cosas que me cabrean"... y esta es una de ellas.
Ayer fuimos al dentista a que torturasen un poquito a mi marido (¡¡pooooobre!!) y pasó lo de siempre: llegamos puntuales, incluso me atrevería a decir que con 5 minutos de antelación... ¡¡y no entramos en la consulta hasta 50 minutos después!! No lo entiendo: o estamos todos todos tontos o es que la gente no sabe interpretar los relojes (debieron de perderse ese capítulo de "Barrio Sésamo").
Por supuesto, tú no puedes llegar tarde; si lo haces te miran como si hubieses matado a alguien de la manera más cruel del mundo y te dicen que ya han pasado a alguien en tu hora y que tienes que esperar... ya... yo llego tarde la única vez en la vida en la que van puntuales... ¡¡qué causalidad!! Y es que es imposible ir al médico (de cualquier tipo) y entrar a la hora. Yo llegué a estar esperando a mi doctora 50 minutos porque llegué 3 minutos tarde... ¿pero qué tipo de venganza es esa?, ¿te graban con cámara oculta mientras te vas cabreando por segundos y la ven mientras se toman un café?, ¿tienen algún tipo de concurso en plan "vamos a ver a cuántos pacientes podemos cabrear hoy: el vencedor se lleva un crucero por el mediterráneo"). Sé que hay gente que pensará: la culpa no es de ellos, es de los que les dan citas cada 5 minutos... ¡¡¡pues que despidan a ese inepto!! Porque en 5 minutos no te da tiempo de sentarte en la silla, decirle al médico que te duele la garganta, que te la mire y que te dé un receta... ¡¡normal que vayan siempre tarde!!!

El gen machote.

Existe un gen en el cuerpo de los chicos: el gen machote. Llevaba tiempo sospechándolo pero esta semana he podido corroborar mi teoría gracias a la Eurocopa (o lo que sea eso que hace que haya fútbol en la tele día sí, día también).
Normalmente cuesta apreciarlo porque al 99% de los tíos les gusta el fútbol.. es una realidad indiscutible. Pero siempre hay excepciones y, en esos casos, es cuando actúa el gen: da igual que el individuo en cuestión nunca vea fútbol, que no se entere de si el equipo de su ciudad está en primera o en segunda (¿por qué hay segunda A y segunda B en vez de tercera y cuarta?), que se la traiga bastante floja los fichajes al comienzo de la Liga o que no le traumatice que un jugador se cambie de equipo... siempre que haya un partido en al tele te mirará y te dirá "déjalo un momento, a ver cómo van". Es altamente probable que no sepa quién está jugando, si el partido es amistoso o la final de algo o si ha oído hablar alguna vez de los equipos, la cuestión es que el gen machote se activará y le dejará pegado a la pantalla durante, como mínimo, 10 segundo.
Y todo esto me lleva a pensar... ¿existirá una versión femenina de ese gen?, ¿estaré yo también afectada por ella?, ¿será por eso que siempre que pillo patinaje artístico en la tele lo dejo?
Qué miedo.

15 de junio de 2008

Jajajajajajaja...

Curioseando (qué raro) por el "Menéame" he encontrado esta entrada que me ha hecho morirme de risa. Quizá a algunas personas pueda resultarles demasiado salvaje pero... ¡¡a mí me ha parecido buenísima!!
Sólo espero que cuando nazca mi ñajito nadie tenga que recurrir a ninguna de estas frases...

8 de junio de 2008

Mi cara de buena.

Creo recordar que alguna vez os he hablado de que soy como una especie de imán andante para los testigos de Jehová, las señoras que te quieren salvar del demonio ("¡la juventud de hoy en día es la reencarnación de Satanás!") y todo tipo de personajes que "atacan" a la gente por la calle... y es curioso, porque es algo que no termino de comprender.
Por lo general estoy en mi mundo: soy capaz de ir por la calle totalmente abstraída, pensando en mis cosas y no enterarme de nada de lo que ocurre a mi alrededor (todavía no sé por qué nunca me ha atropellado en un coche); es herencia paterna, porque mi aita es igualito. Una vez bajó a buscarme en unos Carnavales porque me había "perdido"; bueno, pues se cruzó conmigo (y vuelvo a repetir que me estaba buscando) y no me vio (¿te acuerdas de ese día, aita?).
Y el otro día me volvió a pasar... al salir del médico. Iba cargada con una caja bastante grande, un libro de 600 páginas, una bolsa llena de cosas de la farmacia (lugar donde me confundieron con un comercial de cremas para el cuerpo... pero esa es otra historia) y un montón de papeles más. Todo esto lo llevaba en el brazo bueno claro, porque el malo es bastante inútil y más a la hora de cargar pesos. La cuestión es que, frente a mi, había un taxi parado con una señora de unos 800 años delante de él. Estaba hecha un cromo, la verdad. Parecía a punto de sufrir un infarto o algo peor. Y, por supuesto, a pesar de que había gente a mi alrededor y que estábamos a la puerta de un ambulatorio lleno de celadores... ¿a quién se le quedó mirando? ¡¡¡a mí!!, ¡¡cómo no!! Empezó a balbucear contra la seguridad social porque no le ponían una ambulancia para ir al médico y, aprovechando que estaba bastante apabullada por la situación... ahí que se me colgó del brazo malo para que la ayudase a subir unas 30 escaleras.
Y no, no fue un gran plan. Porque cargar con un sólo brazo unos 8 kilos de cosas ya es una tarea bastante poco agradable, pero que además una viejecilla se cuelgue de mi brazo malo y haga fuerza en él cada vez que subía un escalón, fue de todo menos divertido.
Pero ahí estaba yo, a modo de bastón humano, esquivando a la gente que bajaba a toda velocidad para que no empujasen a mi nueva "amiga" (y a mí con ella, que tonta no soy) y dándole las gracias a una celador que me abrió al puerta... ¡¡manda huevos!!
Conseguí dejarla sentada en una silla (y sentarla fue complicado, muy complicado) y, tras explicarle en 300 idiomas que tenía que irme y que no podía quedarme con ella toda la mañana, salí despavorida, no sin antes tener que aguantar que el celador que "tan amablemente" me había abierto la puerta me dijera "¡pensé que venía con ella!, sino la hubiese ayudado a subir!".
Y es que estas cosas sólo me pasan a mí, porque estoy convencida de que si pongo un circo no sólo me crecen los enanos, sino que las pulgas se fugan con los elefantes, los acróbatas se parten la crisma y los payasos pillan una depresión.

4 de junio de 2008

La maldición de la tostada.

Todos conocemos leyendas urbanas y mitos difíciles de creer... pero en mi vida, al menos desde que tengo uso de razón, ha existido una maldición: la de la tostada. Pero hoy es un gran día, porque he sido valiente, he reunido todas las fuerzas que tenía por ahí escondidas (incluso la que se ocultaba en la punta del calcetín) y he sido capaz de hacerle frente... ¡¡y vencer!!
Pero vayamos al principio. La maldición de la tostada comenzó muchos años atrás, la primera vez que mi ama hizo tostadas de carnaval (en carnaval, lógicamente). Aunque mi hermano y yo éramos un poco repelentes (en lo que a alimentación se refiere, por supuesto) y sólo nos comíamos los bordes (y las zonas donde se apretujaba la canela, que es lo más rico de todo), las tostadas desaparecían a la velocidad del rayo, casi sin tiempo para dejarlas enfriar y meterlas a la nevera... menos una.
Siempre quedaba una en el plato. Triste. Solitaria. Acomplejada pensando que la culpa era de no tener suficiente canela o demasiado azúcar. Traumatizada por no comprender por qué devorábamos a sus hermanas y sin embargo no nos acercábamos a ella. Nunca encontré una explicación razonable: quizá era vergüenza por comernos la última, vagancia por tener que llevar el plato (ya vacío) hasta la fregadera o, sencillamente, una vertiente más del instinto natural que me impide tomarme el último sorbito del cola-cao. Finalmente, con el paso del tiempo, desaparecía (siempre fue un misterio su destino final).
Con los años he comprobado que la maldición, lejos de desaparecer, ha ido conquistando nuevos terrenos: la última rebanada del pan Bimbo, el último trozo de bizcocho de limón (esto sólo pasa si mi kuñau no anda cerca), la última galleta "príncipe de Beukelaer"... y el último morenito.
Por si alguien no sabe qué es un morenito (cosa que espero no pase, porque son una de las delicias de la tierra... junto a los gusanitos Rufinos), explicaré que se trata de una especie de galleta cubierta de chocolate (está mucho más rico de lo que suena) que fue alimento básico durante mi infancia y que deberían probar todos los seres humanos.
En Canarias, por algún motivo maquiavélico que no alcanzo a comprender, no venden, así que cuando voy a Bilbo me traigo un cargamento completo que distribuyo en el congelador, en los armarios de la cocina... y en la mesilla de noche, por si me entra la neura a las 4 de la mañana.
Bueno, pues de todos los que traje en Navidad... sólo quedaba uno, como no podía ser de otra manera. Estaba en la balda superior del congelador, expectante cada vez que se abría la puerta y mandándome mensajes telepáticos a todas horas.
Y hoy, guiada por el ñajito y por la acuciante necesidad de comer chocolate... me lo he comido. He sido capaz de comerme el último morenito... aún sabiendo que no puedo conseguir ninguno más, que aquí no venden, que tendré que esperar a que algún alma caritativa me mande un cargamento (¡¡¡amatxuuuuu!!!)... pero me siento poderosa, porque me he enfrentado a la maldición yo solita y he salido vencedora... ¡¡ahora sólo falta que llegue Carnaval para hacer tostadas y comerme la última!!