Tengo un ordenador nuevo: un portátil, más concretamente... y ha traído algún que otro problemilla consigo, como todo aparato eléctrico que entra en una casa (y no, no me refiero sólo a buscarle un enchufe y un sitio dónde ponerlo... aunque también): la conexión a Internet. Y es que seamos realistas, hoy en día un ordenador con el que no se puede navegar nos aporta tanto como las pelusas que hay debajo de la cama.
Creo que tengo un nivel de usuario medio en lo referente a la informática, el suficiente como para ser capaz de solucionar algunos problemas y como para entender conceptos como USB, WIFI, router... y movidas del estilo que para el común de los mortales son sólo siglas que ven en los anuncios... pero lo de averiguar que el aparatito lleno de luces que parpadean que tengo en casa no me sirve para lo que yo quiero y, por lo tanto, descubrir que tengo que comprar un punto de acceso, me supera.
Así que cogí a mi informático favorito (llamémosle Antonio... jejeje...) y nos fuimos a comprar un cacharro de esos.
Primer dilema: ¿por qué unos valen 50 euros y otros 150?, ¿acaso uno sabe bailar claqué? Porque te compres el que te compres sabes que no te va a durar ni dos años, eso está claro, así que no merece la pena gastarse una pasta en eso... ¿no? Lo eligió él (yo sólo tomé parte en la decisión de comprar el ratón... ¡¡por eso es tan chulo!!) y lo trajimos a casa.
Inocente de mí pensé que bastaría con sacarlo de la caja, enchufarlo, y hacer las presentaciones pertinentes (portátil-punto de acceso, punto de acceso-portátil)... ya. Se tiró casi toda la tarde instalando "nosequé", buscando códigos, dándole puñetazos a la mesa y jurando en arameo... para que yo pudiese subir fotos al flickr y buscar dibujitos por Internet tirada en el sofá, que es lo que más mola de tener un portátil... y al final lo consiguió, porque para eso es el mejor informático del mundo y siempre arregla las cosas que tienen cables (tostadora incluida).
Segundo dilema: ¿qué hubiese pasado si no llega a estar él? Porque vamos, alguien que no sepa exactamente lo que está haciendo no conecta una cosa de esas por casualidad ni aunque se le aparezca la virgen y unos marcianos bondadosos le pongan un microchip en el cerebro con toda la sabiduría que han ido acumulando en los diferentes planetas a los que han ido de vacaciones a lo largo de su existencia. Ni de palo.
Así que, definitivamente, y aunque a veces me queje, tener un informático en tu vida no es tan mal plan. Vale, tienes la casa llena de cables, están convencidos de que los ordenadores están hechos de algún material autodestructible que estalla en mil pedazos si se limpia y sufres fases de celos crónicos inspirados por una máquina... ¡¡pero al menos no tienes que contratar a nadie cada vez que se estropea la maquinita!!
Así que gracias cariño por saber arreglar el ordenador, la tele, el microondas, el móvil, la lavadora, la cámara de fotos... ¡¡todas esas cosas que tienen cables!! Porque para eso estudiaste un millón de años en la Universidad... ¿no?
Mi marido lo arregla todo, todo y todo. Jeje.
Creo que tengo un nivel de usuario medio en lo referente a la informática, el suficiente como para ser capaz de solucionar algunos problemas y como para entender conceptos como USB, WIFI, router... y movidas del estilo que para el común de los mortales son sólo siglas que ven en los anuncios... pero lo de averiguar que el aparatito lleno de luces que parpadean que tengo en casa no me sirve para lo que yo quiero y, por lo tanto, descubrir que tengo que comprar un punto de acceso, me supera.
Así que cogí a mi informático favorito (llamémosle Antonio... jejeje...) y nos fuimos a comprar un cacharro de esos.
Primer dilema: ¿por qué unos valen 50 euros y otros 150?, ¿acaso uno sabe bailar claqué? Porque te compres el que te compres sabes que no te va a durar ni dos años, eso está claro, así que no merece la pena gastarse una pasta en eso... ¿no? Lo eligió él (yo sólo tomé parte en la decisión de comprar el ratón... ¡¡por eso es tan chulo!!) y lo trajimos a casa.
Inocente de mí pensé que bastaría con sacarlo de la caja, enchufarlo, y hacer las presentaciones pertinentes (portátil-punto de acceso, punto de acceso-portátil)... ya. Se tiró casi toda la tarde instalando "nosequé", buscando códigos, dándole puñetazos a la mesa y jurando en arameo... para que yo pudiese subir fotos al flickr y buscar dibujitos por Internet tirada en el sofá, que es lo que más mola de tener un portátil... y al final lo consiguió, porque para eso es el mejor informático del mundo y siempre arregla las cosas que tienen cables (tostadora incluida).
Segundo dilema: ¿qué hubiese pasado si no llega a estar él? Porque vamos, alguien que no sepa exactamente lo que está haciendo no conecta una cosa de esas por casualidad ni aunque se le aparezca la virgen y unos marcianos bondadosos le pongan un microchip en el cerebro con toda la sabiduría que han ido acumulando en los diferentes planetas a los que han ido de vacaciones a lo largo de su existencia. Ni de palo.
Así que, definitivamente, y aunque a veces me queje, tener un informático en tu vida no es tan mal plan. Vale, tienes la casa llena de cables, están convencidos de que los ordenadores están hechos de algún material autodestructible que estalla en mil pedazos si se limpia y sufres fases de celos crónicos inspirados por una máquina... ¡¡pero al menos no tienes que contratar a nadie cada vez que se estropea la maquinita!!
Así que gracias cariño por saber arreglar el ordenador, la tele, el microondas, el móvil, la lavadora, la cámara de fotos... ¡¡todas esas cosas que tienen cables!! Porque para eso estudiaste un millón de años en la Universidad... ¿no?
Mi marido lo arregla todo, todo y todo. Jeje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario