22 de agosto de 2007

Olores.


Un día, sin más, abres una pequeña caja y el olor que sale de ella te hace viajar mentalmente al pasado, a un lugar remoto que tu mente había guardado bajo llave con la esperanza de poder regalártelo alguna vez y hacerte sonreír.
Hoy ha sido un caja de pinturas que, aunque parezca increíble, nunca tuve. Recuerdo mi maleta llena de alpinos (lápices de colores) y cómo disfrutaba con ella sentada en el suelo, sobre todo los días que estaba mala y tenía que quedarme en casa; o aquel estuche de madera lleno de rotuladores, pinturas y reglas que para mí fue uno de los mayores tesoros de mi infancia.
Pero nunca tuve pinturas de cera, no sé por qué. Quizá porque manchaban todo lo que tocaban, porque era imposible no comerse un trozo pensando que si sabían tan bien como olían tenía que merecer la pena hacerlo o, sencillamente, porque tenía tantas cosas que nunca llegué a necesitarlas. Pero eso olor, la suave textura de las pequeñas barritas al contacto con la yema de los dedos, la esperanza de poder mantenerlas siempre completas aún sabiendo que se van a romper en cuanto las uses por primera vez... me ha hecho recordar mi niñez y lo fáciles que eran las cosas entonces, cuando tu mayor preocupación era pintar dentro del dibujo y no salirte de la raya.
Y es que a veces se nos olvida apreciar las pequeñas cosas, a pesar de ser tan sencillo como disfrutar con un olor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡No se puede explicar mejor!. Tienes razón en lo de las cosas sencillas.