Nunca me ha gustado comer cosas "sin padres", ya sabéis: frutas, verduras, hortalizas... no sé, creo que es porque no me fío de algo que no ha tenido el amor de sus padres en la infancia, me da la sensación de que tiene que tener una especie de trauma o ser un psicópata asesino dispuesto a sacarte los ojos en cualquier momento con su rabito (seguro que Freud tenía una opinión interesante sobre que casi toda esa comida tenga rabito).
Pero últimamente sufro ataques vegetarianos extremos y estoy preocupada: voy al supermercado y la fruta me parece bonita, las zanahorias no me intimidan aunque acaben en punta, los melocotones me parecen pequeñas bolitas de nieve peludas, como si fuesen peluchitos que coleccionar... incluso las lechugas han dejado de parecerme un puñado de hierba. Hay gente que dice que es porque me estoy haciendo mayor, pero yo tengo otra teoría aún más inquietante (además, sólo tengo 27, estoy en plena adolescencia): es un virus. Yo creo que lo pillé la primera vez que me comí un trozo de sandía, para mí que estaba camuflado en una de las pepitas. Desde entonces, cuando limpio antxoas (¿por qué soy incapaz de comprar medio kilo de antxoas?, ¿por qué las compro de kilo en kilo, aún sabiendo que luego me voy a tirar una hora limpiándolas?) no soy capaz de imaginármelas fritas, albardadas o en vinagre... no, me da la sensación de que todos esos ojitos me miran como diciendo "nosotras también teníamos familia, ¿por qué nos haces esto?"... y claro, me siento culpable...
O como cuando estoy limpiando un pollo (que yo creo que es una de las cosas más desagradables de la cocina)... ya no lo veo tumbado en una bandeja con una manzana metida por el c*** (pobrecillo)... no, ahora lo imagino en la granja, intentando volar de un palo a otro y seguido de un montón de pollitos, a cada cual más mono.
Y esos días pienso: "tiene que ser guay ser vegetariano, no hay que arrancarle la cabeza ni meterle la mano por el c*** a ningún bicho que antes estaba vivo"... y eso me preocupa, porque yo no soy así.
Antes sólo comía patatas, champiñones y, en casos extremos, alguna fresa. Pero ahora me siento tentada: tienen tantos colorines, formas y texturas diferentes que, a veces (y me duele reconocerlo), estoy a punto de dejarme llevar por un impulso y comprar un par de peras o, ¡peor aún!, medio kilo de vainas.
Pero trataré de ser fuerte, lucharé contra el maléfico virus de la sandía y, puedo prometer y prometo, que cuando muera mi último pensamiento será para un buen txuletón.
Pero últimamente sufro ataques vegetarianos extremos y estoy preocupada: voy al supermercado y la fruta me parece bonita, las zanahorias no me intimidan aunque acaben en punta, los melocotones me parecen pequeñas bolitas de nieve peludas, como si fuesen peluchitos que coleccionar... incluso las lechugas han dejado de parecerme un puñado de hierba. Hay gente que dice que es porque me estoy haciendo mayor, pero yo tengo otra teoría aún más inquietante (además, sólo tengo 27, estoy en plena adolescencia): es un virus. Yo creo que lo pillé la primera vez que me comí un trozo de sandía, para mí que estaba camuflado en una de las pepitas. Desde entonces, cuando limpio antxoas (¿por qué soy incapaz de comprar medio kilo de antxoas?, ¿por qué las compro de kilo en kilo, aún sabiendo que luego me voy a tirar una hora limpiándolas?) no soy capaz de imaginármelas fritas, albardadas o en vinagre... no, me da la sensación de que todos esos ojitos me miran como diciendo "nosotras también teníamos familia, ¿por qué nos haces esto?"... y claro, me siento culpable...
O como cuando estoy limpiando un pollo (que yo creo que es una de las cosas más desagradables de la cocina)... ya no lo veo tumbado en una bandeja con una manzana metida por el c*** (pobrecillo)... no, ahora lo imagino en la granja, intentando volar de un palo a otro y seguido de un montón de pollitos, a cada cual más mono.
Y esos días pienso: "tiene que ser guay ser vegetariano, no hay que arrancarle la cabeza ni meterle la mano por el c*** a ningún bicho que antes estaba vivo"... y eso me preocupa, porque yo no soy así.
Antes sólo comía patatas, champiñones y, en casos extremos, alguna fresa. Pero ahora me siento tentada: tienen tantos colorines, formas y texturas diferentes que, a veces (y me duele reconocerlo), estoy a punto de dejarme llevar por un impulso y comprar un par de peras o, ¡peor aún!, medio kilo de vainas.
Pero trataré de ser fuerte, lucharé contra el maléfico virus de la sandía y, puedo prometer y prometo, que cuando muera mi último pensamiento será para un buen txuletón.
4 comentarios:
Poquito a poco .... es solo acostrumbrarse y encontrarle a gracia a cada una de esas cosas sin padres conocidos.
gora la txuleta y el besugo
pero acompañados de una buena esnsalda
¡No le dés más vueltas! ¡Te estás haciendo mayor!...En general, a los niños no les gustan las verduras y según van creciendo las ván aceptando. Por lo tanto ¡estás dejando de ser una niña!...¿Te dá pena?...
donde has escondido a mi sobrina?
la chica que yo conozco ni hubiese
mirado una fruta y menos una verdura, el cambio se lo debemos
a Antonio?, si es así, eskerrikasko
izeko.
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