Hace un par de semanas, estando con unas amigas hablando del tema niños (ellas no tienen), me preguntaron qué era lo peor de todo y no dude ni por un segundo: lo peor de tener hijos es cuando se ponen malos. Están inquietos, doloridos, sientes que no puedes hacer nada por ellos (o al menos no tanto como te gustaría) y te sientes fatal. Pero ayer por la tarde, muy a mi pesar, descubrí que hay algo peor que eso: cuando tú eres el "responsable" de lo que ha pasado.
Empecemos diciendo que Ixone está bien y que yo, aunque todavía no me quito el susto de encima, ya estoy más tranquila.
Estando en la guardería, todo casi a punto para irnos a casa, no puedo explicar muy bien cómo pasó pero le desencajé el codo izquierdo. Dios. Nunca la había oído chillar así. Se me paralizó el corazón, lo juro. Realmente no sabía muy bien qué le había hecho, pero estaba claro que algo pasaba porque tenía el brazo izquierdo "muerto", sin poder moverlo y caído sobre su cuerpecillo y gritaba como si la estuviesen torturando (en parte era cierto, que yo se lo que duele eso).
¿Qué haces en ese momento? Olvídate de sangre fría y de razonamientos lógicos. La que chilla desconsolada es tu hija de 14 meses, esa a la que tú le acabas de hacer daño (sin querer, obviamente). Y a eso había que sumarle que con nosotras había otros dos niños de 1 y 2 años a mi cargo y con cara de susto.
La cogí en brazos (después de asumir que la avería estaba en el bracito rechoncho de mi niña) y atiné a llamar a mi marido y decirle "ven a buscarme ya, hay que llevar a Ixone a Urgencias". Creo que le quité un par de años de vida sólo con el susto de escuchar a su hija berrear de dolor al otro lado de la línea.
Estuve 10 minutos dando vueltas por la guardería, con la niña en brazos y tratando de no echarme a llorar, al tiempo que le cantaba para que se tranquilizase (mención aparte su valentía: no volvió a llorar nada -salvo cuando se lo colocaron- estuvo relajada, hecha un ovillo en mi regazo y sólo suspiraba de vez en cuando... cuando tenía derecho y motivos para gritar y patalear) hasta que llegaron a por los otros dos niños. No quiero ni pensar la cara de angustia con la que salí a la puerta de la guardería, a decirles que por favor entrasen ellos a por sus hijos por que había habido un accidente con mi hija. Lógicamente no pusieron pegas y, no sólo eso, sino que se ofrecieron a llevarnos al hospital. Al principio dije que no (mi marido estaba de camino), pero la lógica me decía que íbamos a tardar menos y acepté la propuesta (tras avisar a Antonio para que fuese a urgencias directamente). Sólo atiné a cerrar la guardería con llave y a coger el móvil.
Fue el camino más largo de mi vida. Ixone, que no volvió a rechistar (repito que me dejó pasmada su valentía), iba sentada en mi regazo en el asiento del copiloto, con el padre que se ofreció a llevarnos conduciendo (y atajando por donde podía, porque encima había atasco) y tratando de darme conversación para distraerme en lo posible y su hija sentada en la parte trasera, en la silla de auto, con cara de "no entiendo nada de lo que está pasando".
Llegamos a Urgencias y, tras deletrear su nombre completo 3 veces (Ixone Teixeira Ituiño) y reunirnos con Antonio, por fin nos dejaron pasar.
- ¿Qué le pasa a la niña?
- Creo que le sacado un brazo.
- A ver, ponla en la camilla.
Y ahí sí lloró (motivo tenía). Intenté cantarle algo para que se tranquilizase y, aunque realmente lo hicieron en unos segundos y sabía que era por su bien, las hubiese matado a todas por hacerle daño. Pero se lo encajaron. A la primera (creo que mi mayor temor era que le pasase como a mí en su momento). Seguía llorando, pero ya estaba encajado. Me dijeron que saliese fuera, que esperase 5 minutos a ver si se tranquilizaba y observase si movía bien el brazo. Y fue mano de santo. En cuanto cruzamos la puerta de la sala de espera y vio a su padre, le sonrió. Le dimos un llavero (un pato que hace ruido y tiene luces) y se empezó a reír y a zarandearlo de un lado para otro como si no hubiese pasado nada. Con los dos brazos. Los dos.
La que todavía temblaba y lloraba era yo. Pero ella estaba bien. Feliz y contenta. Como si no hubiese pasado nada.
Al de 5 minutos volví a entrar y, aunque se puso como una loca al ver a la doctora (yo hubiese sido incapaz de decir quién era), demostró a manotazo limpio que tenía bien el brazo.
El informe fue rápido "niña de 14 meses, acude por dolor e impotencia funcional en extremidad superior izquierda tras "tirón" para evitar caída". Evité el golpe contra el suelo... pero le saqué el brazo.
No hay secuelas. Por no haber, no hay ni necesidad de darle un calmante. Según la montamos en el coche se puso a aplaudir y, el llegar a casa, ya empezó a gatear como si nada.
Ya ha pasado todo y ella está aquí, pegándole una paliza aun puzzle de madera y tan contenta. No tiene ni un moratón.
Y yo... bueno, se me siguen humedeciendo los ojos cuando me acuerdo y creo que jamás olvidaré el "clack" que oí cuando se le desencajó el codo... pero estoy mejor.
Creo que no actué mal del todo en una situación de estrés y, aunque ahora se me ocurren un montón de cosas que hubiese podido hacer, salí como pude del paso.